domingo, 22 de octubre de 2017

La sombra de la cesárea es alargada (1º parte)

Si cuando hablé de la cesárea de mi hijo mayor parafraseé a García Márquez, ahora le toca el turno a Delibes; y es que, como la del ciprés, la sombra de la cesárea es alargada.
Ahora toca el turno de contar el parto de mi segundo hijo, mi primer parto (repito lo mismo que con la anterior entrada sobre estos temas: si buscas algo de costura, vuelve mañana, que tengo preparada una costura muy chula en Menuda Inspiración).

El embarazo de mi segundo hijo fue maravilloso: fue un bebé muy buscado, muy deseado, y tuve un embarazo estupendo en todos los sentidos. Aunque tuve síntomas, nauseas, cansancio... disfruté cada segundo que estuve embarazada. Acepté los cambios en mi cuerpo, el engordar (con mi primer hijo apenas me hice fotos porque me veía gorda y estaba acomplejada; con éste, sin embargo, me hice una sesión de fotos y todo XD)

También me cosí ropa para sentirme cómoda, subí fotos mías embaraza al blog... Nada que ver con la primera vez, donde pasé los cinco primeros meses intentando disimular la barriga (cosa complicada, por otro lado) sin conseguirlo.
Como soy muy fan de la Seguridad Social, seguí llevando el embarazo en el mismo centro de salud que con mi primer hijo (tampoco es que tenga mucho donde elegir, la verdad), y con la misma matrona que la vez anterior. 
Mi relación con la matrona no fue la más agradable del mundo, superó con creces el "es mejor fumar que engordar" de la primera vez. Como estaba gorda, me tocó hacerme la prueba de la glucosa, el O'Sullivan, en el primer trimestre: fue horrible! Un niño de dos años que no paraba quieto, yo sola en casa con él y unas naúseas que no podía moverme del sofá sin tragarme mi propia bilis. Fue el día que peor recuerdo del embarazo; bueno... uno de los peores. La prueba salió bien, pero yo seguí engordando. Comía sano, hacía pilates, andaba casi todas las tardes... así que no me preocupaba por el peso.
Cuando llevaba engordados unos diez kilos, en el segundo trimestre, la matrona me dijo que mi hijo nacería mal, si es que llegaba a nacer (sí, en serio, me dijo eso) por culpa de mi ganancia de peso. Salí de la consulta con la cabeza bien alta, pero nada más llegar al coche empecé a llorar y no paré hasta llegar a casa.
La siguiente consulta me negué a que me pesara. Lo puso en grande y subrayado en la cartilla del embarazo, lo cual hizo que los médicos me preguntasen cuando fui a hacerme la ecografía del tercer trimestre.
Por otro lado, las ecografías bien, las analíticas bien... era un embarazo perfectamente normal, aunque los médicos se empeñaban en que no lo fuera.
Todo iba bien hasta la semana 37+6, cuando fui a monitores. Me pusieron los monitores y tras eso pasé a hacerme la ecografía:
- Bájate las bragas que te explore -me dijo la ginecóloga
- No quiero Hamilton -se lo dije así, sin cortarme, porque esta vez sí sabía lo que quería y lo que no. 
- Entonces no hace falta que te explore. 
Creo que a la ginecóloga le sentó mal, pero bueno, tampoco es que me importase mucho.
Me hicieron la ecografía y todo bien, ahí estaba mi bebé. El problema fue cuando me dijo la ginecóloga que ingresaba en dos días para la CESÁREA. 
¿Cesárea? 
Según me dijo, los protocolos del hospital decían que con cesárea previa tendría que tener una cesárea electiva (así porque sí, básicamente). Le dije que no, que no iba a ingresar para una operación que no necesitaba sólo por el hecho de que mi anterior hijo había nacido por cesárea. Me dio un papel para que firmase renunciando a la cesárea (y rompió el papel donde tenía que firmar para el ingreso) y me dijo que era bajo mi responsabilidad, que si le pasaba algo a mi hijo sería culpa mía. Cuando le pregunté a que se refería, me habló de roturas de útero. Le pregunté cuantas había visto ella y me dijo que muy pocas que pero todas con un desenlace fatal y que por eso era mejor rajarme. Le dije que no, y me fui con fecha para nuevos monitores.

Cuando estaba de 39+6 estuve hablando con el matrón que me hizo los monitores y le pregunté la tasa de cesáreas de mi hospital, me dijo que no podía darme esos datos (viva la transparencia) y que si quería tener un parto vaginal (que no natural) me fuera a otro hospital ("Vete a X"). Me lo dijo riéndose, pero yo me quedé con el come-come.
Nuevamente reconocimiento. Nuevamente le digo al ginecólogo que como no tengo contracciones no quiero Hamilton. Me dice que entonces para qué he entrado, le digo que yo que sé, pero que no quiero que me lo haga. La auxiliar me sonrió y me dijo en voz baja "muy bien". Esas simples palabras me hicieron sentir mejor. Algo tan simple como un poco de empatía, y lo que lo necesitamos en esos momentos, y que poco empático se mostró conmigo su compañero.
Entonces el ginecólogo me sacó otro papel, para ingresar al día siguiente, porque una cosa es negarse a una cesárea pero ya dos es demasiado, que el bebé no va a sobrevivir a un parto y que es lo mejor para mí.
Yo ya me había estado informando sobre las roturas de útero, y sobre que es mejor un trabajo de parto normal que unas contracciones artificiales con oxitocina, así que volví a negarme. Pregunté por mis opciones en el caso de querer un parto natural en ese hospital, y me dijo que eran pocas, a menos que entrase coronando. Firmé una segunda renuncia y salí de ahí con nueva fecha para monitores.
Antes de seguir: yo en este embarazo estaba muy preparada para que los médicos se jugasen la carta del niño muerto (la de "tú verás lo que haces, pero si no nos haces caso tu bebé morirá") y tanto mi pareja como yo estábamos preparados para escuchar eso. Yo había leído mucho esta vez, me había informado... pero aún así es duro escuchar según que cosas.
Lo que son las cosas, le comenté a una amiga el tema de que el matrón se había reído y me había mandado al hospital de X (no voy a poner nombres, espero que entendáis por qué) y que yo no entendía por qué. Me dijo que era considerado un hospital muy respetuoso, y que me lo plantease en serio. O X o Y (otro hospital). Como ya me había quedado claro que en mi hospital de referencia no iba a conseguir mi parto deseado, me planteé otras opciones. Hablé con otra amiga y decidí ir al hospital Y, porque me pillaba un poco más lejos que mi hospital de referencia, pero no tanto como X.
La visita a ese hospital fue MARAVILLOSA. Me enseñaron todo, me explicaron todo, respondieron a mis preguntas, me dieron cifras (tasas de cesáreas, de episiotomías...), me explicaron qué hacer en caso de que tuviera que ser cesárea, me explicaron que había opciones a la epidural...
Por cierto, sobre el tema epidural: en mi hospital si no vas a la charla sobre ella, no te dejan ponértela en el parto. Es una charla en la que te explican en qué consiste y muy por encima los riesgos que tiene. Yo no quise ir, porque pensé que si quería un parto natural lo mejor era no llevar ese papelito firmado, pero en la ecografía del tercer trimestre el ginecólogo que me atendió me dijo que tenía que ir sí o sí, que imagina que tiene que ser inducción, porque "y si tienes un accidente y te ingresamos y hay que inducir para salvar al bebé, no podrías aguantar las contracciones de la oxitocina" (true history). El caso es que fui a la charla y coincidí allí con una chica de pilates; ella preguntó por el óxido nitroso y el anestesista se rió y le dijo que eso en Londres y por ahí, que aquí en España eso no se usaba, y que la única opción era la epidural, que él la recomendaba porque el parto dolía tantísimo que sin ella nos volveríamos locas de dolor.
Pasé una semana mal, llorando agobiada y escuchando de todo. Lo más suave era lo que ya me habían dicho: que iba a matar a mi bebé sólo por el capricho de querer parir. Lo mejor fue mi abuela, que soltó "Pues cuanta tontería hay ahora, que te dejen en paz y ya acabará saliendo por donde tiene que salir".
(El domingo que viene os pongo la segunda parte, que sino quedaba demasiado largo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario