domingo, 20 de agosto de 2017

Crónica de una cesárea anunciada (2º parte)

Como ya os conté en el post anterior sobre la cesárea de mi hijo mayor, en su nacimiento pequé de novata. Supongo que es algo que a todos nos pasa, ya que sino no existiría el refrán "de los errores se aprende".
Voy a ahorrarme contar los tres días que pasé ingresada en el hospital, con prostaglandinas para inducir un parto para el que mi cuerpo no estaba preparado. Mi bebé tenía 38 semanas de gestación y, en su caso, no era el momento de nacer.
Por las mañanas me bajaban a monitores y me ponían las prostaglandinas. Pasaba el resto del día andando, subiendo escaleras... a ver si así sucedía el milagro.
El tercer día, de 38+2, fue el definitivo.
Bajé a monitores por última vez, con mi marido (por primera vez) y mis papeles del embarazo. Allí una matrona muy agradable nos explicó casi todo: cómo era el paritorio, que tenía un baño para ducharme si me apetecía (complicado, ya que no podía quitarme los monitores), "mira, la silla de partos es lo que ves en ese rincón", etc. Nos explico todo salvo que podía pedir el alta voluntaria y volver a casa; nadie me dijo que tenía otras opciones, pero en ese momento tampoco me importaba demasiado.
Intentaron hacerme un tacto, pero me dolía y me negué. Al rato, otra persona lo volvió a intentar y volví a negarme, así que no podían saber de cuanto estaba dilatada, aunque apenas tenía contracciones.
A las dos de la tarde me dijeron que igual era el momento de ponerme la epidural, porque iban a ponerme oxitocina y claro, con oxitocina no podría soportar el dolor. Dije que Ok, que llamaran a la anestesista. La matrona me dijo que pronto conocería a mi hijo, ya que una vez que me pusieran la oxitocina tendría solo unas horas (4? 5? no recuerdo) para poder parir, si no lo hacía, sería cesárea. Tras tres días ahí metida, todo me parecía bien. Sólo quería ver a mi hijo, cogerlo en brazos, darle mil besos... lo demás me daba igual, y para eso estaban los médicos, para saber qué hacerme.
Lo que recuerdo más doloroso del nacimiento de mi primer hijo fue la epidural, de hecho aún hoy me duele recordarlo. En el hospital tienes que asistir a una charla en la que te explican todo sobre este tipo de analgesia: que es un procedimiento ciego, que tiene margen de error, que a veces tiene efectos secundarios... pero yo no esperaba eso.
La anestesista me pinchó en la espalda y eso fue... fue... sentí (cosas que me vinieron a la cabeza) como si una mujer con tacones de aguja me los estuviese clavando en la espalda, tal era el dolor y, sobre todo la presión. Me moví un poco.
- Estate quieta -me dijo la anestesista. Pedí perdón y resultó que no la había puesto bien y tenía que repetir el pinchazo.
- Ya te explicaron que es un procedimiento ciego, no? -repitió- entonces, no te muevas.
La segunda vez que me pinchó me dolió más. En parte porque empiezo a pensar que tengo poca tolerancia al dolor, en parte porque el segundo pinchazo fue al poco del primero y todavía tenía la zona dolorida.
Entiendo que la anestesista estaba haciendo su trabajo. Entiendo que una mujer que se mueve no se lo facilita, pero... ella tenía que haber intentado entenderme a  mi. Le pregunté si podía tumbarme de lado, ya que en la preparación al parto, la matrona había dicho que así dolía menos el pinchazo inicial, pero me dijo que no, que inclinada hacia delante. Imaginad: panzón de embarazada, inclinada hacia delante sin apenas movilidad y temblando de frío y de miedo. Sola, porque a mi marido le habían hecho salir, y sin más apoyo que la matrona, que me intentaba calmar para que me quedase quieta y no me doliera tanto.
El segundo pinchazo tampoco hizo efecto, porque parece ser que tenía la espalda desviada. Grité un poco y eso enfadó a la anestesista, que me dijo muy malhumorada: "sabías a lo que venías, no? Entonces,  no te quejes".
Finalmente, a la tercera fue la vencida, me pusieron la epidural, me hizo efecto, la matrona me hizo un tacto, vio que estaba dilatada de tres centímetros, me rompió la bolsa, me pusieron el gotero con la oxitocina y a esperar. Por lo menos estaba con mi marido, así que podíamos hablar y estar juntos.
Nos explicaron que en caso de cesárea el piel con piel lo haría el padre. Ya estaba claro que sería cesárea. 
A eso de las seis volvieron a hacerme un tacto. Seguía de tres centímetros así que a quirófano: cesárea por no progresión del parto.
A las 19:22 me sacaban a mi hijo y se lo llevaban a su padre. Lo subieron para que pudiera verlo, pero no pude tocarlo; tenía las manos atadas a la camilla (me explicaron que era para que no me diese por tocarme mientras me abrían, y lo entendí, la verdad).
Una cosa que no me gustó fue como me sentí tras la cesárea, mientras me ponían las grapas. No sentí que fuera una persona, me sentí un trozo de carne al que cosían, algo sin sentimientos. Entiendo que para ellos era una operación rutinaria, (de hecho, fui la quinta cesárea de ese día) entiendo que son personas y que las personas hablan en sus trabajos de cosas personales, pero joder... si tienes en la camilla a una mujer a la que le acabas de sacar a su hijo, lo menos oportuno es hablar de la barbacoa que ibas a hacer el fin de semana, no? O igual soy yo la rara. 
Finalmente me llevaron a la sala de post-operatorio y ahí me quedé dormida (ahora sé que tienen por costumbre poner una sedación ligera). Mientras, mi bebé, mi pequeño R. estaba en brazos de su padre.  A las 21:30, dos horas después de haber nacido, una enfermera vino a verme y a preguntarme si me apetecía ver a mi bebé:
-Si estás cansada y necesitas descansar, lo entiendo, no serías la primera madre que prefiere que se quede el bebé con el padre y así poder dormir un poco más.
Supongo que os imagináis mi respuesta, no? Pues eso.
Por fin tenía a mi bebé en mis brazos, en mis tetas, y por fin podía comérmelo a besos. 
Me encanta lo borroso de esta foto. Es la primera que le hicimos, se la hizo su padre nada más tenerlo en sus brazos, y de ahí el temblor de pulso y la foto borrosa. Pero no la cambiaría por ninguna más nítida. 
En un próximo post, si os apetece, os contaré los inicios de su lactancia. (Y en otro, los nacimientos de sus dos hermanos, que no tienen nada que ver con éste, afortunadamente)

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